Por Manuel Medina
Orígenes, funciones y privilegios de la casta que administra
el aparato del Estado monárquico español
De manera impropia y casi generalizada los medios de
comunicación califican al conjunto de personas que se dedican a la actividad
política en el Parlamento, el Gobierno, los Ministerios, las Instituciones
autonómicas y municipales con la denominación de “la clase política”. Sin
embargo, tal "clase" no existe. Se trata de una invención
aparentemente inocente que pretende camuflar la presencia de otras clases sociales
todopoderosas cuyos intereses determinan nuestra vida cotidiana.
Las clases sociales están definidas por su relación con los
medios de producción. En las sociedades capitalistas actuales existen dos
clases fundamentales, con intereses irreconciliablemente contrapuestos. Por una
parte encontramos a la burguesía, integrada por los propietarios de estos
medios, que - además de poseer una serie de características e intereses
comunes- se apropian de las plusvalías generadas en el proceso productivo. Y
por otra, los asalariados, que forman a su vez otra clase social. Los miembros
de esta última clase constituyen la mayoría de la sociedad y sólo poseen su
fuerza de trabajo, su capacidad para producir, que venden a los dueños de los
medios de producción a cambio de un salario.
Por supuesto, junto a estas dos clases existen otras capas o
clases sociales intermedias. Es el caso de las denominadas “capas medias”
(pequeños comerciantes, pequeños propietarios rurales, profesionales privados
de la medicina, el derecho, la arquitectura, etc.). El concepto de “clase
social” se refiere, pues, a grupos de personas que se diferencian de otras por
el puesto que ocupan en un sistema de producción social determinado.
¿Existe la "clase política"?
Quienes - según la denominación impuesta por los grandes
medios de comunicación y reproducida acríticamente incluso en los ámbitos
"de izquierda" - constituirían la “clase política”, son en realidad
individuos dedicados a una actividad circunstancial y limitada en el tiempo, que
no tiene ninguna relación directa con el proceso productivo. Los políticos
instalados en las instituciones ni compran ni venden “fuerza de trabajo”. La
definición mediática de “clase política”, por tanto, es errónea,
intencionadamente confusa y encubridora. Al ser los políticos ejercientes
quienes más frecuentemente aparecen en los medios de comunicación se les
presenta como los únicos responsables de los atropellos que genera la
naturaleza contradictoria del sistema capitalista.
No son, sin embargo, aquellos a los que erróneamente se
incluye en una inexistente “clase política” los perceptores de los miles de
millones que genera el sistema económico de explotación de la burguesía. Los
políticos institucionales son solamente testaferros al servicio de las elites
dominantes - banqueros, grandes empresarios, multinacionales, etc.- de los que
reciben suculentas compensaciones en pago por los servicios prestados. Ello no
excluye, desde luego, que un sector de los mismos pueda terminar integrándose
en el staff de la burguesía financiera o industrial, tal y como ha sucedido con
algunos políticos españoles como José Maria Aznar, Felipe Gonzalez, Carlos
Solchaga o Rodrigo Rato, entre otros muchos.
Los políticos como casta
No resulta sencillo atribuir una categorización a las casi
80.000 personas que se dedican a la actividad política institucional en el
organigrama del aparato del Estado monárquico español. Pero si entendemos el
término “casta” según la definición del diccionario, es decir, como “el
conjunto de individuos especializados por su función en la organización social
y que disfrutan de determinados privilegios”, posiblemente ésta resultaría la
acepción más afortunada para calificarlos.
Los políticos no son, por tanto, una “clase” social
propiamente dicha. Sí representan , en cambio, los intereses de determinadas
clases sociales en las instituciones del Estado. Esta no es una afirmación
gratuita. Cualquier ciudadano medianamente atento a la actualidad económica
puede descubrirlo por sí mismo. Cuando las mayorías parlamentarias del PSOE y
del PP dan su aprobación para que el Ejecutivo ponga en manos de las grandes
corporaciones privadas la empresa estatal AENA, ¿los intereses de quiénes están
defendiendo? Cuando PP y PSOE, junto a otras minorías parlamentarias, coinciden
en la decisión de detraer de los fondos públicos centenares de miles de
millones de euros, patrimonio de toda la sociedad, para ponerlos a disposición
de la Banca privada, ¿están defendiendo los intereses de la mayoría de los
ciudadanos?
Cuando los políticos socialdemócratas o ultraconservadores
imponen reformas laborales que arramblan con las conquistas sociales arrancadas
por los asalariados en el curso de decenios, ¿están defendiendo los intereses
de las clases trabajadoras?
Por lo general, en la geografía institucional del aparato
estatal español aquellos que integran lo que aquí estamos denominando como
“casta” representan los intereses de las clases hegemónicas de la sociedad
española: es decir, de los grandes grupos financieros, de los propietarios y accionistas
mayoritarios de la gran Banca, de los dueños de los consorcios industriales, de
las multinacionales, etc.
Orígenes de la moderna casta politica española
Las peculiaridades de la “casta” que controla el conjunto de
las instituciones españolas encuentran su entronque histórico en el precedente
Estado franquista. A la muerte del dictador, en el Estado español no se produjo
una ruptura política que sustituyera a la vieja máquina del Estado autoritario
por otra de carácter más democrático.
Por el contrario, con la denominada “Transición” a la
democracia se estableció un nexo de continuidad entre quienes hasta entonces
habían administrado el aparato autocrático de Franco y quienes a partir de
entonces aspiraron a gestionarlo. Teniendo en cuenta las fórmulas que se
utilizaron para poner en marcha esta peculiar “Transición” entre uno y otro
régimen político difícilmente las cosas habrían podido ser distintas. Romper
radicalmente con la institucionalidad anterior hubiera supuesto quebrar la
propia legitimidad del Monarca, designado heredero por el mismo artífice del
desgastado aparato institucional autocrático.
La constitución de la casta en el estado monárquico español
La dinámica del proceso político de los últimos treinta y
cinco años ha ido forjando una aparente polarización entre los dos partidos
políticos mayoritarios existentes en el Estado Español, el PSOE y el Partido
Popular, fundada en premisas falsas. Teóricamente, el primero representaría a
“la izquierda”, a los sectores populares, a los asalariados; mientras que el
segundo aparece ante la sociedad como el genuino valedor del libre mercado, de
las capas medias-altas, de la tradición y de las clases poderosas. Sin embargo,
tal imagen es en gran parte un puro espejismo engañoso que responde a un diseño
impuesto deliberadamente. Ambas organizaciones políticas - PP y PSOE - han
respondido siempre, con ligeras diferencias de matices, a la voz de los que
realmente gobiernan: las clases que detentan el poder económico. El régimen
político español, que no solo acumula su propia experiencia sino también la de
otros Estados con más larga trayectoria en la institucionalidad histórica
burguesa, ha construido un sistema de alternancia mediante el cual ambos
partidos se reparten periódicamente la responsabilidad de la Administración del
Estado, de los llamados poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
Pero, contrariamente a lo que generalmente se piensa, el
aparato de la Administración del Estado no es “El Poder”. El Poder efectivo,
aquel que realmente determina el sistema económico que debe regir al conjunto
de la sociedad, emana de otras áreas, y está detentado con carácter exclusivo
por las clases social y económicamente hegemónicas.
Fuente: lahaine.org
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